LA CASA VERDE

lunes, 13 de diciembre de 2010

RESUMEN
                                                                                                                MARIO VARGAS LLOSA

Los núcleos argumentales que se van desarrollando alternativamente a lo largo de la novela son cinco. Cada uno de ellos bastaría para configurar una novela independiente. A cada una de las historias o núcleos argumentales los designamos con las cinco primeras letras del alfabeto: A, B, C, D, E.
Las historias se apoyan en dos de los principales espacios geográficos del Perú: la costa y la selva. Dentro de la costa, la acción transcurre en Piura, ciudad del norte del Perú, que está en el desierto, rodeada de arenales. El otro lugar es Santa María de Nieva, factoría cauchera de la Amazonia peruana, en el alto Marañón, donde hay además una misión de religiosas españolas.
Iniciamos el relato argumental de cada historia por separado; luego, en un cuadro esquemático, se podrá ver la estructura secuencial del relato, y la inserción de cada historia dentro de la totalidad narrativa.
A. Las religiosas españolas del convento de Santa María de Nieva intentan civilizar, al tiempo que evangelizar, a niños indígenas. La novela se inicia justamente con una especie de recogida de futuras pupilas para el convento. Las niñas son sorprendidas en su vida normal, semidesnudas y correteando por la selva. Con ayuda de fuerzas policiales, puesto que las madres se resisten a entregar a sus hijas, éstas son conducidas a la misión.
La primera parte se entretiene minuciosamente en contarnos la extraña convivencia entre monjas y policías para lo que va tomando sesgo de cacería humana. El autor somete al lector a una extraña visión donde las monjas son miradas bajo un prisma antipático y ridiculizante: gordas, hipócritas, que mezclan sus rezos con la insólita forma de recoger pupilas para el convento:
"La Madre Angélica se cubre la boca con un pañuelo, la polvareda crece y se espesa, el Pesado estornuda y el Sargento listo, podían irse al barranco, muchachos, Madre Angélica. Y al Rubio quién lo ayudaba, Sargento, ¿no veía que se le soltaban? El Chiquito y la vieja ruedan al suelo abrazados, que el Oscuro fuera a ayudarlo, el Sargento lo reemplazaría, vigilaría al calato. Las madres caminan hacia el barranco tomadas del brazo, el Rubio arrastra dos figuras entreveradas y gesticulantes y el Oscuro sacude furiosamente la melena de la vieja hasta que el Chiquillo queda libre y se levanta. Pero la vieja salta tras ellos, los alcanza, los araña y el Sargento listo, Pesado, se fueron. Siempre apuntando a los dos hombres retroceden, se deslizan sobre los talones y los aguarunas se levantan al mismo tiempo y avanzan imantados por los fusiles. La vieja brinca como un maquisapa, cae y apresa dos pares de piernas, el Chiquito y el Oscuro trastabillean, Madre de Dios, caen también y que la Madre Patrocinio no diera esos gritos. Una rápida brisa viene del río, escala la pendiente y hay activos, envolventes torbellinos anaranjados y granos de tierra robustos, aéreos como moscardones. Los dos aguarunas se mantienen dóciles frente a los fusiles y el barranco está muy cerca. ¿Si se le aventaban, el Pesado disparaba? y la Madre Angélica bruto, podía matarlos. El Rubio coge de un brazo a la chiquilla del pendiente, ¿por qué no bajaban, Sargento?, a la otra del pescuezo, se le zafaban, ahorita se le zafaban y ellas no gritan pero tironean y sus cabezas, hombros, pies y piernas luchan y golpean y vibran y el práctico Nieves pasa cargado de termos: que se apurara, don Adrián, ¿no se le quedaba nada? No, nada, cuando el Sargento quisiera. El Chiquito y el Oscuro sujetan a la vieja de los hombros y los pelos y ellas está sentada chillando, a ratos los manotes sin fuerza en las piernas y bendito era el fruto, Madre, Madre, de su vientre y al Rubio se le escapaban, Jesús. El hombre del tatuaje mira el fusil del Pesado, la vieja lanza un alarido y llora, dos hilos húmedos abren finísimos canales en la costra de polvo de su cara y que el Pesado no se hiciera el loco. Pero si le aventaba, Sargento, él le abría el cráneo, aunque fuera un culetazo. Sargento, y se acababa la broma. La Madre Angélica retira el pañuelo de su boca: bruto, ¿por qué decía maldades?, ¿por qué se lo permitía el Sargento?, y el Rubio ¿podía ir bajando?, estas bandidas lo despellejaban. Las manos de las chiquillas no llegan a la cara del Rubio, sólo a su cuello, lleno de rayitas violáceas, y han desgarrado su camisa y arrancado los botones. Parecen desanimarse a veces, aflojan el cuerpo y gimen y de nuevo atacan, sus pies desnudos chocan contra las polainas del Rubio, él maldice y las sacude, ellas siguen sordamente y que la Madre bajara, qué esperaba, y también el Rubio y la Madre Angélica ¿por qué las apretaba así si eran niñas?, de su vientre Jesús, Madrid, Madre. Si el Chiquito y el Oscuro la soltaban la vieja se les echaría encima, Sargento, ¿qué hacían? y el Rubio que ella las cogiera, a ver, Madre, ¿no veía cómo lo arañaban?"
Una vez en el convento, las niñas son educadas, y luego entregadas para el servicio doméstico de familias conocidas o para otras labores. El autor de a entender que la mayoría de ellas acaban en la prostitución. Es el caso de Bonifacia, una pupila que lleva tiempo en la misión, que sabe cristiano (español) y no pagano (lengua indígena), que un buen día deja la puerta libre para que se escapen las pupilas recién traídas a la misión. Las monjas se enfadan con ella, y tras largos interrogatorios, utilizados para ridiculizar a las Madres, se la lleva el gobernador de la zona, Reátegui, como doméstica (chica de servicio). Una vez fuera, es violada por el Sargento en al campamento militar. El Sargento decide casarse con ella, y la boda se celebra en plena guarnición de la selva. Bonifacia volverá a aparecer en otro momento del relato con el nombre de Selvática, convertida en ramera de La casa verde.
Los personajes principales entre las monjas que aparecen son: Madre Angélica, Madre Leonor, Madre Griselda (la Superiora). Las pupilas pertenecen al pueblo de los aguarunos y al de los huambisas.
B. El protagonista del segundo núcleo narrativo es Fushía, un contrabandista japonés que vive en la región de los huambisas, en una isla del Río Santiago, cercana a la frontera de Ecuador. Tiene una especie de banda, y se dedica a asaltar a las tribus vecinas para llevarse su caucho. Pero la historia de Fushía la vamos conociendo según avanza la narración, y a través de un Fushía ya viejo, que le cuenta sus memorias a su amigo Aquilino. De esa manera, sabemos que estuvo en la cárcel y se escapó. Que pasó una vida intensa en aventuras, peleas, traiciones, crueldades, y entre todo destaca su amor por Lalita, con la que se escapa y a la que somete a continuas palizas por celos o por peleas domésticas. Con Lalita tendrá hijos. Pero poco a poco, siente que la lepra le va envejeciendo, y Lalita se escapa con el gobernador Reátegui; con él tiene dos hijos también, para acabar con el Pesado, otro de los nombres con los que aparece el Sargento del que hemos hablado en la narración A. En el epílogo de la novela vemos a Fushía, esperando la muerte en una isla de leprosos, visitado una vez al año por su amigo Aquilino, al que ha contado la historia de su vida en el trayecto por el río, hasta llegar al leprosorio de San Pablo.
Esta parte la podríamos llamar la historia de la Casa verde, el prostíbulo de la ciudad de Piura. Primero se nos cuenta cómo era Piura antes de la llegada de Don Anselmo, personaje misterioso, fundador y constructor de la Casa verde. Don Anselmo llega a la ciudad, busca un terreno y construye en medio del desierto, en los arrabales de Piura, una casa pintada de verde. Todo el mundo se pregunta la finalidad: se disipan las dudas cuando llegan las primeras "habitantas". El pueblo masculino va pasando casi en su totalidad por la Casa. La pequeña ciudad se transforma. El Padre García clama contra la amenaza moral, trata de sublevar a las gentes. Las personas de bien —que son nombradas por el autor como gallinazas y beatas— acabarán quemando la Casa verde. En el incendio muere Antonia, de la que se cuenta su historia y sus amores con Don Anselmo. Antonia era muda y ciega. El autor se recrea en el relato de sus amores turbios, con violaciones, y algún que otro momento lírico. De los amores de Anselmo y Antonia había nacido la Chunga, que es salvada del incendio por Juana Baura, una lavandera indígena. La Chunga, sin que aparezca muy claro en la novela, funda una segunda casa verde y contrata a su padre, que había formado una orquesta con otros mangaches (Mangachería es un barrio de Piura), Bolas y Alejandro. En el epílogo muere Don Anselmo, y le revela la verdad de su vida: la muerte de Toñita (Antonia) y el nacimiento de la Chunga en pleno prostíbulo. El Padre García llega a tiempo para administrarle los últimos sacramentos y suyas son las palabras finales de la novela:
"Era para tener un velorio como Dios manda ¿ve usted? ¿A quién podríamos llamar, entonces?
El Padre García se ha puesto de pie y está acomodándose el sombrero. El doctor Zeballos también se ha levantado.
— Vendré yo —el Padre García hace un ademán impaciente—. ¿No ha pedido ese marimacho que yo venga? Para qué tanta habladuría entonces.
— Sí, Padrecito — dice la Selvática —. La señora Chunga prefería que viniera usted.
El Padre García se aleja hacia la puerta, curvo y oscuro, sin levantar los pies del suelo. El doctor Zevallos saca su cartera.
— No faltaba más, doctor — dice Angélica Mercedes —. Es una invitación más, por el gusto que me dio trayendo al Padre.
— Gracias, comadre — dice el doctor Zevallos —. Pero te dejo esto de todos modos, para los gastos del velorio. Hasta la noche, yo vendré también.
La Selvática y Angélica Mercedes acompañan al doctor Zevallos hasta la puerta, besan la mano del Padre García y regresan a la chichería. Tomados del brazo, el Padre García y el doctor Zevallos caminan dentro de un terral, bajo un sol animoso, entre piajenos cargados de leña y de tinajas, perros lanudos y churres, quemador, quemador, quemador, de voces incisivas e infatigables. El Padre García no se inmuta: arrastra los pies empeñosamente y va con la cabeza colgada sobre el pecho, tosiendo y carraspeando. Al tomar una callecita recta, un poderoso rumor sale a su encuentro y tienen que pegarse contra un tabique de cañas para no ser atropellados por la masa de hombres y mujeres que escolta a un viejo taxi. Una bocina raquítica y desentonada cruza el aire todo el tiempo. De las chozas sale gente que se suma al tumulto, y algunas mujeres lanzan ya exclamaciones y otras elevan al cielo sus dedos en cruz. Un churre se planta frente a ellos sin mirarlos, los ojos vivaces y atolondrados, se murió el arpista, jala la manga al doctor Zevallos, ahí lo traían con el taxi, con su arpa y todo lo traían, y sale disparado, accionando. Por fin, termina de pasar el gentío. El Padre García y el doctor Zevallos llegan a la Avenida Sánchez Cerro, dando pasitos muy cortos, exhaustos.
— Yo pasaré a buscarlo — dice el doctor Zevallos —. Vendremos juntos al velorio. Trate de dormir unas ocho horas le menos.
— Ya sé, ya sé — gruña el Padre García —. No me esté dando consejos todo el tiempo."
D. En la Guarnición de Borja, zona cauchera, ocurre un intento de levantamiento contra los despiadados explotadores del caucho. La rebelión es acaudillada por el indio Jum, para acabar con la explotación de los patrones del caucho. Intenta crear una especie de cooperativa que venda directamente y a mejores precios. Las fuerzas del orden, con Julio Reátegui, prenden a Jum. Lo torturan, lo rapan ("lo que para los aguarunos es una atroz humillación"), lo cuelgan de un árbol durante un día, y le queman las axilas con huevos calientes. La rebelión termina pronto. La explotación continúa. Aquí aparece junto con el Sargento, ya conocido, otro personaje, Adrián Nieves, el práctico, que deserta, se fuga con Lalita, y luego la abandona, para entregarse a las autoridades.
Con lo que Lalita pasa por las siguientes manos: Fushía, Reátegui, Adrián Nieves, y el Pesado, que es el Sargento.
E. La acción se desarrolla en la Mangachería, donde viven cuatro matones, los inconquistables: Josefino Rojas, José, el Mono y Lituma. Son las más asiduos visitadores de la Case verde (segunda casa). Tienen un himno triunfal y estúpido: "Eran los Inconquistables, no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los Inconquistables y ahora iban a culear". Son la representación del machismo no piurano. Políticamente se definen como urristas, es decir, simpatizantes de la Unión Revolucionaria, fundada por los años treinta por el General Sánchez Cerro, militar de tendencia conservadora, que llegó a ser Presidente de Perú. Existía la creencia de que el general tenía origen Mangache, y por eso su partido gozaba de una audiencia más bien sentimental en la Mangachería. De los cuatro inconquistables, el más importante es Lituma, otro de los nombres con los que aparece e Sargento, ahora ex-policía, que tras pasar por la cárcel, vuelve con los inconquistables. Al regresar se entera de que, en su ausencia, Josefino Rojas, después de violar a su mujer, Bonifacia, la hace su amante, y acaba en el burdel de la Casa verde.


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